14 mar 2009

La Timba

La habitación era amplia, luminosa; la cama era de esas articuladas que las enfermeras cambiaban de posición sólo cuando le hacían tragar aquella papilla imbebible, luego la volvían a poner en posición semi horizontal y allí me quedaba otras 5 o 6 horas, sólo, sin ningún sonido, ni imagen en movimiento salvo las líneas verdes titubeantes que iban corriendo por la pantalla del ordenador. No podía dormir por el dolor de cabeza, el cuerpo no lo sentía, mejor, se decía, porque con todo el follón que le tenían liado con la grua sosteniendo sus piernas como si fueran jamones al fresco, con la correa que le apretaba el pecho e inmovilizaba pegado al colchón, con el goteo que le entraba en vena y sobre todo por el ojo…. sentía ese vacio en una de las cuencas que le martilleaba la sien.

Asi y todo pensó, que dadas las circunstancias, estaba a gusto.

Ella sí que se sentía a gusto: entraba, salía, paseaba a su antojo en aquel hospital. Era una buscadora incansable, siempre al acecho de un posible cliente.

Cada día conseguía hacer cuatro o cinco servicios completos. Los tentaba hasta que acaban ahogados en su propio lamento. Se sentía la liberadora del sufrimiento humano, les vendía edenes, jardines y placeres que parecían inalcanzables. Muchos de ellos picaban, la vivían como única esperanza que tenían para no despedirse de este mundo sin más.

Aquel día entró en la habitación de Pedro, convencida de que le sería presa fácil y que aceptaría la propuesta ya que tenía todo a su favor para que se dejara llevar por su encanto y descansara de una vez, realmente estaba destrozado por dentro, el accidente había sido terrible, pero le resulto ser duro de pelar. Argumentó que todavía sentía muchas sensaciones y que esas quimeras que le ofrecía no le atraían más.

La Dama salió de aquella habitación contrariada, hablando en voz alta contándole lo terribles que iban a ser las próximas semanas, que cuando volviera no sería tan benevolente ni generosa con él, que la próxima vez sólo le vendería la parcela que estaba allí arriba, donde todo era plano, dulce, sereno y aburrido: el cielo.

El se quedo allí pensando en que si eso era lo que iba a conseguir, ya le iba bien…. no era más diferente de la vida que había llevado hasta entonces y que por quererla cambiar ahí estaba. Nunca debió demostrar su valentía conduciendo en dirección contraria en la autopista.

Oyó médicos a las carreras por los pasillos, una camilla a toda leche, alboroto y luego silencio.

Ella ya estaba satisfecha, con ese eran cuatro para completar la timba que tenía montada en el caluroso tugurio que estaba justo al lado de entrada al infierno.

3 de marzo de 2009

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