Acurrucada, bien apretadita a él,
sintiendo la calidez de su cuerpo a través de mis ropas.
A mi mano le apetece deambular sobre él,
como con vida propia,
lo acaricia con suavidad y ternura,
percibiendo sus latidos acompasados.
Los míos envidiosos, los persiguen
y al alcanzarlos, danzan plácidamente.
Leves suspiros, casi ronroneos felinos,
salen de su relajada garganta,
del placer que provoca la caricia
y el mimo que lo envuelve.
Entramos los dos en un letargo plácido,
en un sueño profundo y reparador.
Bien apretaditos, sin más mundo alrededor.
Esos ratos son una pócima para el alma.
Un rayo de sol para el corazón.
Un flirteo limpio y sin carnal pasión.
Tan negro, tan peludo y tan pequeño
parece mentira que se convierta
en una cosilla tan importante para el humor.
6-2008
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